Garret Mcnamara, soy leyenda
Las leyendas no nacen, se hacen abriendo nuevos caminos, explorando nuevos horizontes. El surfista de olas grandes Garret Mcnamara es un buen ejemplo. La historia del pionero de Nazaré es, por supuesto, una historia de valor, pero también de preparación y de confianza en sí mismo.
POR GUILLERMO GATSBY
Cuenta Finnegan en Años salvajes que cuando era niño los surfistas de olas grandes eran como los astronautas:
“Las olas grandes – recuerda – eran una cosa muy seria en Hawai. Había un grupo de surfistas que surfeaban en Waimea y en Sunset Beach. Usaban unas tablas largas, pesadas y muy especializadas que se llamaban elephant guns y luego pasaron a denominarse simplemente guns».
«Las revistas y las películas de surf – continúa Finnegan – celebraban sus hazañas. Circulaban historias aterradoras que todos los surfistas conocían, como la de los dos pioneros de la costa norte, Woody Brown y Dickie Cross, que remontaron en Sunset un día de mar de fondo de 1943. Cuando las series empezaron a hacerse muy grandes, los dos tuvieron que ir remando mar adentro. Pero se dieron cuenta de que sería imposible volver a la orilla: Sunset se había llenado de tubos. Así que decidieron remar cinco kilómetros hacia el oeste, en dirección a Waimea Bay, confiando en que allí el canal de aguas profundas todavía fuera practicable. No lo era. Y encima se estaba poniendo el sol. Cross, desesperado, intentó llegar a la orilla. Tenía diecisiete años. Nunca encontraron su cuerpo. Brown fue arrojado algún tiempo después a la orilla, desnudo y medio ahogado”.
Garret MacNamara nació en Pittsfield, Massachusetts. Vivió parte de su infancia a remolque de una madre divorciada y nómada que “seguía a un chiflado tras otro, esperando respuestas a las preguntas de la vida”. Pero a los once años llegó – para quedarse – a Hawai. Se enganchó al surf, que – como él mismo cuenta en Hound of the sea, sus memorias – fue una especie de refugio: un campo de sueños donde evadirse de la locura que había en casa. Y sin duda, escuchó las mismas historias que Finnegan y creció admirando las mismas gestas heroicas.
Aprendiendo a surfear en la North Shore
“En Hawai – dice Garret en Hound of the sea – tienes dos opciones: ir a la playa, la diversión más asombrosa de tu vida, o ir directamente la escuela. Yo fui mucho a la playa”. Y como cabe imaginarse, Waimea y el resto de olas míticas de la North Shore se convirtieron para él en una incógnita que resolver: algo así como un examen final.
El primero de esos exámenes tuvo lugar en las profundas bombas de agua de Sunset Beach. McNamara tenía quince años, estuvo a punto de ahogarse y se prometió a sí mismo no salir nunca más en un día grande. “Después de que Sunset casi me aniquilara, me aterrorizaban las olas grandes. Sentía un terrible miedo a morir ahogado”.
Waimea y las demás olas míticas de la North Shore eran para los chicos hawaianos como McNamara una incógnita que resolver, algo así como un examen final.
La historia habría terminado aquí – y la ola gigante de Nazaré habría sido descubierta por otro surfista de olas XXL – de no ser por un peruano enamorado de Hawai: un tal Gustavo Labarthe. Fue Labarthe quien prestó al joven Garret una tabla Pat Rawson, perfecta para Sunset . Y también fue Labarthe quien le enseñó a coger la mítica ola. “La pizarra funcionó, me deslicé por olas de 20 pies de altura. Mi primer gran día en el agua”.
Aquel fue el punto de inflexión: un cambio de vía. Porque desde ese momento, Garret supo que el surf sería el día a día del resto de su vida. A los diecisiete años se hizo profesional. Con veinte se rompió la espalda y casi perdió la vida. A los 33 se retiró de la competición y se entregó a la captura de olas gigantes. “Fue como un sueño – recuerda McNamara en sus memorias –. De chaval solía dibujar pequeños surfistas haciendo maniobras alucinantes en olas monstruosas. Y de pronto, yo me había convertido en uno de aquellos dibujos. Y era real.”
Persiguiendo gigantes
Matt Warshaw calcula el número de surfistas capaces de coger olas de más de siete metros y medio en uno por cada veinte mil. Otros consideran que la cifra es mucho menor. Garret McNamara ha cabalgado olas de más de veinte metros y volado a través de tubos aterradores que escapan a la imaginación. Ha surfeado con total arrojo, y sin sentir ningún miedo, en Waimea, Jaws, Teahupoo, Mavericks, Tavarua… Siempre buscando su particular Everest. Pero si ha escrito su nombre en la leyenda del surf es porque el 12 de noviembre del 2012 mostró al mundo cómo destrozar la ola más monstruosa del planeta: la ola de Praia Norte, en Nazaré, Portugal.
“Es divertido hacer cosas por primera vez. Es como estar enamorado por primera vez. Las olas de Nazaré son un misterio y me siento bendecido y honrado por haber explorado sus posibilidades”
“Un error y puede que no vuelvas a casa”, le advirtió Kelly Slater. McNamara, por supuesto, era consciente de ello. Y se entrenó a conciencia para conquistar aquella ola gigante que había encontrado casi por azar. Y vaya si lo hizo. Nadie jamás se había deslizado por la ladera de una ola semejante. Más de veinte metros de altura. El Santo Grial de las olas grandes:
“Fui directo al fondo, y lo golpeé tan fuerte como pude. Y volví a deslizarme hacia arriba y mi velocidad me empujó frente a la ola. Estaba emocionado. Había estado imaginando ese momento durante casi un año, durante todo mi entrenamiento”.
Mark Renneker, el legendario surfista de Ocean Beach, ha dicho más de una vez que no hay ninguna razón para sentir miedo ante olas de más de diez metros. En su opinión, las olas pequeñas y masificadas matan más gente que las grandes. Pero la teoría del surfista californiano no se sostiene. Y es que la razón de que las grandes maten a menos surfistas que las pequeñas se debe a que muy poca gente se atreve a desafiar colosos como Nazaré o Mavericks.
“Para surfear en olas grandes, tienes que quererlo”, dice McNamara en sus memorias. “Pero puede que no vuelvas a casa”. Y no son sólo palabras. McNamara ha caminado al filo de la navaja múltiples veces. Y también ha mirado a la muerte cara a cara en más de una ocasión.
“Normalmente nunca me pongo en situaciones en las que me puedo sentir incómodo”, asegura. Sin embargo, el surfista estadounidense ha sufrido muchos contratiempos en el agua. El último de ellos, y el más aniquilador, fue en Mavericks, la meca de olas gigantes del norte de California. “Una de las caídas más fuertes que he visto”, dijo el fotógrafo profesional Curt Myers. Sucedió en 2016. Garret se hizo trizas el hombro y durante la dolorosa recuperación llegó a plantearse la retirada:
“Por primera vez en mi vida me pregunté si debía seguir buscando olas. También, por primera vez, dejé de sentir ese cosquilleo que me hacía recorrer el mundo en busca de olas más y más salvajes”.
¿Con los pies en el suelo?
Según el pionero de Nazaré, la lesión que le produjo Mavericks golpeó su mundo. “Siempre me encantó ser arrollado por las olas, sin preocuparme por el riesgo que eso entrañaba. Pero Mavericks me hizo ver que no soy invencible”. “Mi idea de la ola perfecta ha cambiado”, confesó al New York Times. “No tiene que ser de veinte metros, ni siquiera de diez”.
No obstante, y pese a que su hombro quedó “como una caja de herramientas donde puedes encontrar una placa de titanio y nuevo o doce tornillos”, McNamara regresó el año pasado al norte de California para destrozar la ola que le había dejado en el dique seco.
Los puristas, sin duda, pueden seguir argumentando que el surf a remolque – una moto de agua es la que mete a Garret y a la mayor parte de los surfistas XXL en la ola, dándoles impulso para poder salir después a contarlo – es una práctica ajena al surf de verdad. No hay más que recordar el premio Billabong XXL del 2010. Cuando anunció la victoria de Sebastian Steudtner, el speaker no pudo contenerse y soltó: “El puto alemán que no puede remar ha ganado el premio”.
Hay opiniones para todos los gustos, en efecto. Nadie, sin embargo, puede poner en cuestión el valor, el arrojo. Tampoco nadie puede negarle a Garret McNamara la categoría de leyenda viva.